El fémur recompuesto
Padre Hugo Tagle En twitter: @hugotagle
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Padre Hugo Tagle
El médico Ira Byock, en su libro “El mejor cuidado posible”, cita una anécdota atribuida a la socióloga y poeta americana Margaret Mead. Cuenta que un estudiante le preguntó cuál consideraba ella que era el primer signo de civilización en una cultura. El estudiante esperaba que Mead hablara de anzuelos, ollas de barro o piedras de moler. Pero no. Mead dijo que el primer signo de civilización en una cultura antigua era un fémur roto y luego curado.
Mead explicó que en el reino animal, si te rompes una pierna, mueres. No puedes huir del peligro, ir al río o buscar comida. Ningún animal sobrevive a una pierna rota el tiempo suficiente para que el hueso sane. Un fémur roto que se ha curado es evidencia de que alguien se ha tomado el tiempo para quedarse junto al que se cayó, ha vendado la herida, le ha llevado a un lugar seguro y le ha ayudado a recuperarse. Sí. Ahí comienza la civilización.
Se me dirá que entre otros mamíferos existe una solidaridad parecida. Los elefantes y otros animales dan buenas lecciones de ayuda mutua. Incluso las hormigas muestran un complejo comportamiento solidario. Pero sólo el hombre es capaz de darse por entero al otro, renunciar a sí en forma gratuita para sostener, en el tiempo, bastante tiempo incluso, a quien se ha caído y quedado atrás a sabiendas de que quizá nunca se cure del todo, que sea “una carga” para el resto, un enfermo postrado por años; “suma negativa” en materia de contribución económica. Sí, Mead tiene razón: lo distintivo humano es ser solidario.
Del coronavirus no nos salvarán en primer lugar ni la técnica, ni la inteligencia artificial, ni el desarrollo tecnológico. Nos salvará lo más simple y humano: la solidaridad entre todos. En estas semanas se ha mostrado lo mejor del ser humano, pero también se ha revelado lo peor. En la bonanza, difícil ser mala persona. Es justamente en la adversidad donde se nota la madera, la nobleza de que estamos hechos.
El bien de unos repercute en el bien de los demás y en el propio. Paradojal: mi propio bien, a costa o prescindiendo del bien de los demás, pasa a ser un peligro para uno mismo.
Una primera gran lección de este tiempo es tan antigua como el hilo negro: la solidaridad no es un añadido exótico a la existencia individual, una materia optativa de personas pías y buenas. Es requisito de sobrevivencia de la humanidad. La era post coronavirus debe llevarnos a ser más solidarios, empáticos y sensibles al dolor ajeno. Con mayor inteligencia emocional y social. Si no es así, es que nos venció la pandemia.